EL DISCURSO QUE SE CAE A PEDAZOS
Por: Juan Manuel Cambrón Soria
EL DISCURSO QUE SE CAE A PEDAZOS
Si algo supo hacer bien López Obrador en sus primeros años de gobierno fue instalar la narrativa de que él y su movimiento eran distintos, que estaban libres de las lacras de la política tradicional, es más, un sector amplio si confió en aquello de que no eran iguales. Impolutos, decía, casi santos en medio del lodazal que caracterizaba a los gobiernos del PRI y del PAN. Y durante un tiempo muchos le compraron la idea.
Pero el problema profundo se presenta cuando los discursos son solo eso, palabras huecas que tarde o temprano chocan con la realidad. Y la realidad hoy es contundente, es brutal: la detención de Hernán Bermúdez Requena; el escándalo del huachicol fiscal, el “marinagate” que involucra a familiares del ex secretario de Marina Rafael Ojeda durante el sexenio de López Obrador; los viajes suntuosos de Andy, Monreal, Fernández Noroña, Mario Delgado, etc., han tirado por la borda esa supuesta superioridad moral de la 4T. El mito de la pureza se desvanece al primer soplido de la corrupción comprobada.
Lo paradójico y triste para México, es que este gobierno hizo de la corrupción su enemigo principal, su bandera de lucha, su mantra cotidiano en la mañanera. Y no es que antes no hubiera corrupción —ya sabemos que la hubo, a raudales—, el punto es que la promesa de un cambio verdadero se estrella hoy con la misma miseria política de siempre: funcionarios enriquecidos al amparo del poder, familiares embarrados por hacer negocios privilegiados desde el gobierno, redes de complicidades inconfesables con empresarios sin ética y con grupos de la delincuencia organizada.
El país asiste, casi incrédulo, a ver cómo se desmorona el discurso presidencial, y digo casi, porque hay un sector amplio que defiende a capa y espada al gobierno, a morena y al ex presidente, tal vez lo hacen porque es difícil aceptar que se equivocaron, o porque prefieren asumir que ahora la camarilla de tramposos ya no es del prian. Porque no es un caso aislado, son varios y todos apuntan a lo mismo: en el obradorismo también floreció lo que tanto decían combatir, la cloaca se destapó y es igual o más de profunda y hedionda que en los gobiernos anteriores.
El reto, ahora, es para Claudia Sheinbaum. La presidenta tiene frente a sí una prueba de fuego e inequívoca: demostrar que no habrá impunidad, ni para los amigos ni para los herederos políticos y de sangre de su antecesor. Tiene frente a ella un reto que puede ser demoledor en la línea de flotación de su credibilidad y la del movimiento que se ufana en defender, porque las pruebas parecen irrefutables y en su escritorio estará la hoja de ruta sobre la que deberá decidir. Si se limita a dar la vuelta a la página, hacer oídos sordos y al mirar a otro lado solapa y protege, quedará claro que la corrupción sigue siendo el lubricante del poder en México, solo que con nuevos rostros.
Lo que está en juego no es un expediente más en la larga lista de escándalos, es la credibilidad de la propia presidenta Sheinbaum e incluso la endeble estabilidad de las instituciones mexicanas – o lo que queda de ellas- que deberán demostrar que de verdad van a llevar ante la justicia a los corruptos. Y ahí, estimado lector, no hay narrativa que alcance para tapar el olor de la podredumbre, no hay maroma que alcance, ni mañanera suficiente que sea capaz de aplicar un engañabobos al pueblo de México.
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